28/03/2019
Fuente: FAROS Sant Joan de Déu
¿Por qué es
importante la neuropsicología en el aprendizaje?
Todo el mundo
entiende que un diabético deba inyectarse insulina. Todo el mundo entiende que
si tienes los pies planos, tengas que llevar unas plantillas especiales. Y todo
el mundo entiende que si tienes miopía, necesites llevar gafas. Ninguna de estas
adaptaciones especiales las vemos como un agravio hacia quien no sufre estas
disfunciones.
Sin embargo, ¿Qué ocurre cuando a un niño le cuesta leer? ¿Qué pasa cuando a un alumno le
cuesta estar atento? ¿Por qué vemos como un agravio para el resto de alumnos el
trato diferenciado de un niño disléxico o con Trastorno por déficit de atención
e hiperactividad (TDAH)?
El sistema
educativo, históricamente, ha partido de la premisa errónea de que todos los
individuos tienen un perfil cognitivo similar, y para ello deben alcanzar unos
objetivos marcados del mismo modo en cada curso. Afortunadamente, cada vez
somos más conscientes de que cada individuo, en el ámbito del aprendizaje, tiene
unas peculiaridades propias.
El cerebro es
específico para cada uno de nosotros: somos hábiles en determinadas tareas y
podemos ser un desastre en otras. Es tan claro que a menudo nos sentimos
identificados con el perfil cognitivo de nuestros hijos. Es normal que si un
niño tiene unos padres o padre despistado, él pueda heredar esta peculiaridad.
Todo ello,
aplicado al mundo del aprendizaje, se concreta en una idea: conocer la
neuropsicología de un alumno (o lo que acontece es lo mismo, el funcionamiento
de su cerebro) nos ayudará a hacer que este progrese de manera eficaz y tranquila.
“Nuestro hijo
pequeño no quiere ir a la escuela y cada día llora. Dice que tiene dolor de
cabeza, que se le borran las letras y que tiene que hacer demasiadas
tareas". ¿Cómo podemos ayudarle?
Si decimos
que la mayoría de niños prefieren jugar en el parque que ir a la escuela no
estaríamos descubriendo la sopa de ajo. A veces, sin embargo, las protestas de
los niños vienen fundamentadas por una mala experiencia directamente
relacionada con un trastorno del aprendizaje. Si nuestro hijo, en edades tempranas,
expresa ideas similares a las que se exponen a las del enunciado, es posible
que sea como consecuencia de un sobreesfuerzo relacionado con una disfunción
neurobiológica.
Padres y
profesores tenemos tendencia a pensar que, si dejamos pasar el tiempo, este
malestar de nuestro hijo desaparecerá, que el niño madurará. Pero esto no es
así. Detectar un posible trastorno del aprendizaje a tiempo es la manera de
reconducirlo y, a la vez, ayudar a que el niño no vea afectada su autoestima.
Los niños son
inteligentes emocionalmente, no se desmotivan por qué sí. Cuando vemos que
nuestro hijo expresa frustración respecto a su experiencia educativa debemos
pensar que, en determinadas ocasiones, no será por voluntad propia del niño -no
me da la gana seguir el ritmo del aula- sino por imposibilidad real del alumno
-por mucho que me esfuerce no puedo seguir el ritmo del aula.
Para remediar
esta situación, la solución pasa por valorar el perfil cognitivo del niño. Esto
nos permitirá describir sus puntos fuertes y débiles, tener una fotografía de
su capacidad de aprendizaje, y saber si algún trastorno interfiere en este
proceso. Conociendo esto, será mucho más fácil trasladar en casa y en la
escuela pautas básicas para evitar repercusiones académicas negativas, frustraciones
y angustia. No debemos perder de vista que el cerebro de un niño es plástico, y
como tal, las intervenciones tempranas serán decisivas a la hora de que los
puntos débiles del niño dejen de serlo. Hay que tener presente que la
prevención siempre es la mejor intervención, por tanto, si conseguimos
adelantarnos a que aparezca un déficit, es un éxito.
La vía de
acceso al aprendizaje
Actualmente,
el sistema educativo de nuestro país gira en torno a un sistema de aprendizaje
basado en tres pilares: escuchar, leer y escribir. La atención nos sirve para
retener los conocimientos que nos traslada el profesor; la lectura la
utilizamos para complementar los conocimientos impartidos en clase; y
finalmente, a través de la escritura, demostramos que hemos podido alcanzar con
éxito estos conocimientos.
¿Qué pasa,
sin embargo, cuando un niño tiene, justamente, afectada la atención, la lectura
y/o la escritura? La respuesta parece evidente: el proceso de aprendizaje no se
completará con éxito, ya que el niño tendrá que hacer un sobreesfuerzo inmenso
que no tendrá como premio unos buenos resultados académicos. Y como
consecuencia de ello, la frustración, la ansiedad y la antipatía con todo lo que
tenga que ver con la escuela.
En cambio, si
a uno le cuestan las matemáticas, el deporte o la música, en la escuela no
estaría en una situación tan desfavorecida porque estas habilidades solo
implican un ámbito.
¿Por qué nos
da miedo etiquetar o poner nombre a las dificultades del niño?
¿Cómo podemos
dar una respuesta adecuada o remediar el problema en cuestión, si no sabemos
exactamente qué le cuesta a nuestro hijo o hija? Debemos eliminar las
connotaciones negativas a recibir un diagnóstico o poner nombre específico a
las dificultades. Saber qué le pasa exactamente al niño es justamente lo que
nos permitirá saber cómo lo tenemos que de ayudar. Tener un diagnóstico en el
fondo es un factor protector. Quiere decir que sabemos exactamente qué hacer
para que esta dificultad interfiera lo menos posible en su progreso académico y
autoconcepto.
Los niños se
dan cuenta de cuando algo les cuesta y negarlo no les ayuda. Es más, si no los
ayudamos a entender qué les pasa, ellos solos se acabarán dando su propia
explicación. El relato al que normalmente llegan ellos solos es que no son lo
suficientemente inteligentes, y por tanto, su autoestima se afecta y generalmente
se sienten a disgusto o mal.
Al final
tenemos que tener claro que quizás tenemos mal entendidas las connotaciones que
damos o nos evocan aquellas etiquetas. Hay que eliminar las creencias erróneas
respecto a este tipo de diagnósticos. A un niño con dislexia lo único que le
pasa es que le cuesta un poco leer y a un niño con TDAH le cuesta
autorregularse. El grado de severidad de estos trastornos varía y las
estrategias que tiene cada individuo también son diferentes, por lo tanto hay
que romper con los tópicos a la hora de
hablar sobre ello.
Elisabet Ristol Orriols: Neuropsicóloga infantil experta en trastornos del aprendizaje escolar. Unidad de Trastornos del Aprendizaje Escolar (UTAE).
FUENTE:
https://faros.hsjdbcn.org/es/articulo/aprender-sin-haya-sobreesfuerzo-anadido
https://pixabay.com/es/photos/trabajo-escolar-escribir-bodeg%C3%B3n-851328/
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