TDAH = Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad

jueves, 22 de mayo de 2025

TDAH: COMPRENDER PARA ACOMPAÑAR

 


El TDAH no es una desviación, es una brújula que señala caminos distintos y maneras de ser diferentes a los tradicionales, pero igual de válidos. Solo hay que atreverse a seguirlos.
Imagen generada por inteligencia artificial (ChatGPT, OpenAI, 2025).

El Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) no es una moda, ni una excusa, ni el resultado de una mala crianza. Es un trastorno neurobiológico del desarrollo que afecta a entre un 5 y un 7% de la población infantil. El TDAH persiste en la edad adulta en aproximadamente el 50% al 65% de los casos diagnosticados en la infancia. Esto significa que, aunque algunos síntomas pueden atenuarse con la maduración neurológica y el desarrollo de estrategias de compensación, entre la mitad y dos tercios de los niños con TDAH continuarán presentando síntomas clínicamente significativos en la adultez.

En cuanto a la prevalencia general, se estima que el TDAH afecta aproximadamente al 2,5% al 4% de la población adulta, según estudios internacionales. En adultos, el cuadro clínico suele cambiar respecto al de la infancia:

  • La hiperactividad se vuelve más interna o subjetiva (sensación de inquietud constante).
  • Persisten los problemas de atención, impulsividad, organización y planificación.
  • Se asocia frecuentemente con dificultades laborales, problemas en relaciones personales y baja autoestima.

La identificación en la edad adulta suele ser más compleja porque muchos adultos no fueron diagnosticados en su infancia, o bien aprendieron a camuflar los síntomas, pero siguen sufriendo sus efectos.

El TDAH está ampliamente reconocido por la comunidad médica y científica internacional, descrito en manuales diagnósticos como el DSM-5, y respaldado por numerosos estudios de neuroimagen y genética que muestran diferencias claras en el funcionamiento cerebral de las personas que lo padecen.

El TDAH no se ve. No deja marcas físicas. Pero está ahí, en la forma en que el cerebro regula la atención, la actividad y los impulsos. Las personas con TDAH tienen un funcionamiento distinto en áreas clave como la corteza prefrontal, responsable de lo que llamamos funciones ejecutivas: planificar, organizar, recordar instrucciones, regular emociones, priorizar tareas o mantener el foco. Y aunque estas habilidades se desarrollan con la maduración del cerebro, en el TDAH suelen hacerlo con retraso o de forma irregular.

Esto significa que muchos comportamientos que, a simple vista, pueden parecer caprichosos, desafiantes o desmotivados, en realidad responden a una dificultad real del cerebro para autorregularse. No es que no quieran prestar atención: es que les cuesta filtrar estímulos irrelevantes. No es que no puedan estarse quietos: es que moverse les ayuda a pensar mejor. No es que no escuchen: es que su mente salta de un estímulo a otro sin que puedan evitarlo. No es que no les importe: es que están agotados de no poder controlar lo que otros hacen sin esfuerzo.

Imagina que te piden hacer una receta compleja sin darte los ingredientes ni los pasos, mientras alguien te habla sin parar y cambian la música cada 10 segundos. Así es como viven las tareas diarias muchos niños y adultos con TDAH. Y lo hacen cada día, en casa, en clase, en sus relaciones, en el trabajo. El resultado suele ser frustración, reproches, castigos, baja autoestima… y el riesgo de que, con el tiempo, dejen de intentarlo.

El TDAH no es un trastorno leve. Afecta significativamente a la vida escolar, familiar, social el aspecto laboral. Pero tampoco es una condena. Con un entorno que entienda su funcionamiento, con adultos que los acepten, los acompañen y apoyen desde el cariño, estas personas pueden aprender a desarrollar estrategias para compensar sus dificultades y destacar por su creatividad, sensibilidad, energía, intuición y capacidad de conectar con lo auténtico.

Aceptar el diagnóstico no es etiquetar, ni resignarse, ni rendirse. Es el primer paso para entender por qué ocurren ciertas conductas y cómo acompañarlas mejor. Es comprender que cuando tu hijo se olvida de lo que le acabas de decir no lo hace para desafiarte; cuando se mueve sin parar no lo hace por desobediencia; cuando te interrumpe no es porque no te respete. Lo hace porque su cerebro funciona de otra forma, y aún está aprendiendo a regularlo.

Es nuestra tarea, como adultos responsables, construir puentes entre su mundo y el nuestro. Ser esa red que sostiene cuando tropiezan. Ser quienes les enseñamos a aprovechar sus fortalezas sin hacerles sentir defectuosos por sus dificultades.

Con intervención temprana, tratamiento multidisciplinar (que puede incluir psicoterapia, apoyo escolar y, en algunos casos, medicación), acompañamiento familiar y una escuela inclusiva, el pronóstico del TDAH mejora de forma significativa.

Porque sí, hay esperanza. Pero la esperanza empieza por comprender.

Y si alguna vez dudas, recuerda: tu hijo no es un niño difícil o un adulto rebelde. Es un niño o adulto que lo tiene difícil. Y te necesita más que nunca. No para que le exijas ser como los demás, sino para que le ayudes a ser la mejor versión de sí mismo.

El TDAH no es una etiqueta. Es una invitación a mirar el mundo de las personas con TDAH con otros ojos y a valorar talentos que no siempre se ajustan a los moldes establecidos.

FUENTE:
Gloria López Ruiz

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