El Trastorno por Déficit de Atención e
Hiperactividad (TDAH) no es una moda, ni una excusa, ni el resultado de una
mala crianza. Es un trastorno neurobiológico del desarrollo que afecta a entre
un 5 y un 7% de la población infantil. El TDAH persiste en la edad adulta en
aproximadamente el 50% al 65% de los casos diagnosticados en la infancia. Esto
significa que, aunque algunos síntomas pueden atenuarse con la maduración
neurológica y el desarrollo de estrategias de compensación, entre la mitad y
dos tercios de los niños con TDAH continuarán presentando síntomas clínicamente
significativos en la adultez.
En cuanto a la prevalencia general, se
estima que el TDAH afecta aproximadamente al 2,5% al 4% de la población adulta,
según estudios internacionales. En adultos, el cuadro clínico suele cambiar
respecto al de la infancia:
- La hiperactividad se vuelve más interna o subjetiva (sensación de inquietud constante).
- Persisten los problemas de atención, impulsividad, organización y planificación.
- Se asocia frecuentemente con dificultades laborales, problemas en relaciones personales y baja autoestima.
La identificación en la edad adulta suele
ser más compleja porque muchos adultos no fueron diagnosticados en su infancia,
o bien aprendieron a camuflar los síntomas, pero siguen sufriendo sus efectos.
El TDAH está ampliamente reconocido por
la comunidad médica y científica internacional, descrito en manuales
diagnósticos como el DSM-5, y respaldado por numerosos estudios de neuroimagen
y genética que muestran diferencias claras en el funcionamiento cerebral de las
personas que lo padecen.
El TDAH no se ve. No deja marcas físicas.
Pero está ahí, en la forma en que el cerebro regula la atención, la actividad y
los impulsos. Las personas con TDAH tienen un funcionamiento distinto en áreas
clave como la corteza prefrontal, responsable de lo que llamamos funciones
ejecutivas: planificar, organizar, recordar instrucciones, regular emociones,
priorizar tareas o mantener el foco. Y aunque estas habilidades se desarrollan
con la maduración del cerebro, en el TDAH suelen hacerlo con retraso o de forma
irregular.
Esto significa que muchos comportamientos
que, a simple vista, pueden parecer caprichosos, desafiantes o desmotivados, en
realidad responden a una dificultad real del cerebro para autorregularse. No es
que no quieran prestar atención: es que les cuesta filtrar estímulos
irrelevantes. No es que no puedan estarse quietos: es que moverse les ayuda a
pensar mejor. No es que no escuchen: es que su mente salta de un estímulo a
otro sin que puedan evitarlo. No es que no les importe: es que están agotados
de no poder controlar lo que otros hacen sin esfuerzo.
Imagina que te piden hacer una receta
compleja sin darte los ingredientes ni los pasos, mientras alguien te habla sin
parar y cambian la música cada 10 segundos. Así es como viven las tareas diarias muchos niños y adultos con
TDAH. Y lo hacen cada día, en casa, en clase, en sus
relaciones, en el trabajo. El resultado suele ser frustración, reproches, castigos, baja
autoestima… y el riesgo de que, con el tiempo, dejen de intentarlo.
El TDAH no es un trastorno leve. Afecta
significativamente a la vida escolar, familiar, social el aspecto laboral. Pero
tampoco es una condena. Con un entorno que entienda su funcionamiento, con
adultos que los acepten, los acompañen y apoyen desde el cariño, estas personas pueden aprender a desarrollar estrategias para compensar sus
dificultades y destacar por su creatividad, sensibilidad, energía, intuición y
capacidad de conectar con lo auténtico.
Aceptar el diagnóstico no es etiquetar,
ni resignarse, ni rendirse. Es el primer paso para entender por qué ocurren
ciertas conductas y cómo acompañarlas mejor. Es comprender que cuando tu hijo
se olvida de lo que le acabas de decir no lo hace para desafiarte; cuando se
mueve sin parar no lo hace por desobediencia; cuando te interrumpe no es porque
no te respete. Lo hace porque su cerebro funciona de otra forma, y aún está
aprendiendo a regularlo.
Es nuestra tarea, como adultos
responsables, construir puentes entre su mundo y el nuestro. Ser esa red que
sostiene cuando tropiezan. Ser quienes les enseñamos a aprovechar sus
fortalezas sin hacerles sentir defectuosos por sus dificultades.
Con intervención temprana, tratamiento
multidisciplinar (que puede incluir psicoterapia, apoyo escolar y, en algunos
casos, medicación), acompañamiento familiar y una escuela inclusiva, el
pronóstico del TDAH mejora de forma significativa.
Porque sí, hay esperanza. Pero la
esperanza empieza por comprender.
Y si alguna vez dudas, recuerda: tu hijo
no es un niño difícil o un adulto rebelde. Es un niño o adulto que lo tiene
difícil. Y te necesita más que nunca. No para que le exijas ser como los demás,
sino para que le ayudes a ser la mejor versión de sí mismo.
El TDAH no es una etiqueta. Es una
invitación a mirar el mundo de las personas con TDAH con otros ojos y a valorar
talentos que no siempre se ajustan a los moldes establecidos.
FUENTE:
Gloria López Ruiz
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